En su presentación en Zaragoza de su novela «Como la sombra que se va», Antonio Muñoz Molina empezó hablando de las librerías. Recordó al público que llenaba la sala que hay que visitarlas y hay que comprar libros en ellas, que la supervivencia de las librerías pasa por eso. El sábado pasado, en su artículo de Babelia, Muñoz Molina nos dedicaba estas bonitas palabras:
«En cada ciudad a la que voy visito librerías, bibliotecas, algún museo, espacios públicos. Es una obligación cívica observar y denunciar lo que se ha hecho muy mal, pero no lo es menos celebrar lo bien hecho, agradecer lo logrado, velar para que no se degrade o se pierda (...) El espacio público de una plaza o una calle es el mismo de la librería y de la biblioteca. Libros tangibles y presencias humanas reales corrigen el ensimismamiento de lo virtual, el hipnotismo solitario de las superficies lisas y las pantallas luminosas. Librerías mejores que la mayor parte de las que sobreviven en Nueva York pueden encontrarse en capitales españolas que no son ni Barcelona ni Madrid. Me acordaré de la librería Ramon Llull, de Valencia; de Antígona y de Los Portadores de Sueños, en Zaragoza; de la espléndida Luz y Vida, en Burgos: cada una de ellas regentada por libreros vocacionales y tenaces, tan entregados a su trabajo como los bibliotecarios al suyo en las bibliotecas públicas.
(...)
Tantas cosas logradas, con tanto esfuerzo, tan bien hechas, tan habitadas, siempre tan en peligro: la falta de ayudas a las librerías y a la industria del libro, los recortes miserables en los presupuestos de las bibliotecas. Será mejor ver a tiempo la realidad de lo valioso que añorar luego en vano lo que no se supo defender.»
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En la foto, Antonio Muñoz Molina atendiendo a los medios en la librería antes de la presentación.