En mayo de 1928, las páginas de Gente Menuda mostraron por primera vez las aventuras de una niña de siete años llamada Celia. Su creadora, Elena Fortún (Madrid, 1886-1952), tenía 42 años, un matrimonio infeliz con un hombre que no soportaba su éxito, un conflicto con su identidad sexual y una gran dificultad para comportarse como se esperaba que lo hiciera una mujer casada de principios del siglo XX.
Cuando Celia se publica por primera vez, otra niña de siete años lee con avidez esas páginas. Aún no sabe que va a ser escritora y que su nombre pasará a la historia de la literatura española. Carmen Laforet (Barcelona, 1921 - Madrid, 2004) sabe que quien está detrás de esa niña traviesa y espontánea es alguien que la entendería. Es ella quien, años más tarde, escribe a su "verdadera amiga" e inicia una relación que durará hasta la muerte de Elena Fortún.
En la correspondencia que se recoge en De corazón y alma (1947-1952), encontramos a dos mujeres en momentos vitales diferentes: una Carmen Laforet muy joven (tiene 25 años), inestable, tremendamente insegura, que se encuentra al principio de su carrera. En el otro extremo de la vida encontramos a una Elena Fortún madura, reflexiva, que se arrepiente de «haberse gastado revolviéndose siempre contra el destino» y que muestra su asombro porque «la primera escritora española» reconozca su influencia.
Las dos escritoras empiezan a intercambiar sus cartas en 1947. Carmen Laforet hace sólo tres años que ha ganado el Premio Nadal contra todo pronóstico y Elena Fortún todavía está en Buenos Aires, donde se había exiliado con su marido en 1939. En las cartas, las dos escritoras hablan de la identidad, de la autoría, de la maternidad, de la libertad. Comparten lecturas y consejos, se cuentan aspectos de la vida diaria, se dicen -mucho- cuánto se echan de menos. Sus confidencias nos dejan ver a dos mujeres que se adoran, a pesar de haberse visto en muy pocas ocasiones: sus textos están llenos de expresiones de un amor profundo e intenso, casi espiritual.
Las cartas de Elena Fortún, todas fechadas, son más largas y trabajadas: en ellas reflexiona sobre los errores de su vida y da consejos a Laforet para que no los repita, sobre todo en lo referente a la familia; cuenta cómo sigue escribiendo porque necesita el dinero y muestra cómo le aterra la vejez. Las cartas de Carmen Laforet no están fechadas y son más breves. Algunas son sólo unas cuantas líneas en las que se disculpa por no haber escrito antes y que auguran una nueva carta pronto. Laforet muestra en sus cartas su gran inseguridad a la hora de escribir: la novela en la que trabaja es apenas pasable a su juicio, su obra no sirve, es aburrida. En todas, invariablemente, insiste en su amor por Fortún y en cómo desearía estar junto a ella. Ninguna carta da cuenta de acontecimientos importantes, todas ellas son de gran intimidad. Las letras que escribe Elena Fortún contando la vuelta a su casa de Buenos Aires tras el suicidio de su marido en junio de 1949 son sobrecogedoras: «y al fin entré descerrajando la puerta. Puedes imaginarte que encontré la casa como si acabaran de sacar el cuerpo de mi pobre marido. Hasta he tenido que fregar el último plato que comió y la cuchara... y tirar las cáscaras de la fruta que había comido unas horas antes de morir».
MUJERES CREADORAS
«Qué lástima que yo no sea más joven o que tú no seas tan vieja», escribe Fortún a Laforet en 1951. Le hubiera gustado vivir a la vez que la joven escritora, tal vez siente que Carmen hubiera sido una excelente compañera de vida. Las dos cargan con la culpa por vivir de una forma insana a ojos de los demás, las dos son mujeres creadoras que viven en continuo conflicto entre su arte y su familia y que entienden de la misma forma la necesidad de contenerse para no ser juzgadas por la sociedad; las dos sienten una intensa contradicción acerca de su identidad sexual que las lleva a hablar de «podarse interiormente»: «Sé que al fin el dejarse ir, el coger la vida, lleva a la destrucción. Sé también que la renuncia, muchas veces, lleva a otro estado de alma más sereno, más puro... (...) creo que un cierto podarse interiormente es algo muy bueno para uno», escribe Laforet. Fortún, unos meses antes de morir, lo reafirma y deja ver el tormento que le produce su lesbianismo: «¡Qué bien eso de que hay que podarnos! Yo no lo he sabido y he dejado crecer ese árbol de deseos cuanto ha querido. Algunas de sus ramas han dado frutos venenosos. ¡Bien lo he pagado!».
Las casi cincuenta cartas recogidas en este volumen son un testimonio imprescindible de una época. Elena Fortún y Carmen Laforet fueron valientes y se atrevieron a vivir a contracorriente. De corazón y alma lo prueba.
DE CORAZÓN Y ALMA (1947-1952) |
Este artículo apareció publicado el jueves 3 de marzo de 2017 en «Artes & Letras», suplemento cultural de Heraldo de Aragón. Aquí podéis descargar el artículo en PDF.
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