No es de extrañar que cuando Doris Lessing bajó de un taxi frente a su casa y recibió la noticia de haber ganado el Nobel del grupo de periodistas que la esperaban, solo acertara a exclamar «Dios mío» y pidiera a uno de ellos, bromeando, que le apuntara qué debía decir. Era 2007 y antes que ella, en sus 104 ediciones, la Academia sueca solo había distinguido a diez mujeres.
Doris Lessing nació en 1919 en la antigua Persia, hoy Irán. Creció en la antigua colonia británica de Rodesia, hoy Zimbabue, donde sus padres –un excombatiente de la I Guerra Mundial mutilado casado con la enfermera que lo cuidó– regentaban una granja. Fue al colegio hasta los 14 años, pero su carácter rebelde y la severidad de su madre (“nos odiábamos la una a la otra; ella nunca me hubiera elegido como hija”, escribió) provocaron que escapara de casa. Se casó a los 19 años, tuvo dos hijos, se divorció y volvió a casarse, tuvo un hijo más, volvió a divorciarse. En 1949 se marchó a Inglaterra, sola con su hijo pequeño y el manuscrito de su primera novela, Canta la hierba. Es autora de varios libros emblemáticos e inolvidables: El cuaderno dorado, publicada en 1962, se convirtió en un símbolo para el movimiento feminista (del que renegaría en sus últimos años al considerar que se acercaba al fundamentalismo).
Siempre fue a su aire y no se dejó llevar por la corriente: militó activamente en el partido comunista hasta que Stalin la hizo despertar; cuando había triunfado con libros realistas y confesionales, se lanzó a escribir una pentalogía de ciencia ficción. Escribió dos libros bajo el seudónimo de Jane Sommers que fueron rechazados por su editorial y tuvieron muy malas críticas.
Lumen acaba de publicar Las cárceles que elegimos (traducción de Ariel Font Prades, 138 páginas), un volumen que reúne cinco conferencias que la autora pronunció para la televisión canadiense en 1985, a los que añade un ensayo con una conferencia impartida en 1992. Han pasado más de treinta años pero sus textos siguen estando de rabiosa actualidad: denuncia los totalitarismos, hace una ardiente defensa del pensamiento crítico, analiza cómo nos vemos a nosotros mismos, individualmente y como sociedad, y reflexiona acerca de cómo las emociones colectivas enmascaran el pensamiento racional.
Carismática, de personalidad arrolladora, libre, no le importó ir a la contra para defender la igualdad, la democracia, la libertad.
LAS CÁRCELES QUE ELEGIMOS |
Este artículo apareció publicado el jueves 21 de junio de 2018 en «Artes & Letras», suplemento cultural de Heraldo de Aragón. Aquí podéis descargar el artículo en PDF.
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