La chica que inventó a Robert Capa

La chica que inventó a Robert Capa

28-03-2019

1 de enero de 1937. Era domingo. Debería haber sido un día de fiesta para Gerda Taro, un día para celebrar su 27 cumpleaños. Sin embargo, la muerte se impuso a la vida y lo que se celebró ese día fue su funeral. Al sepelio acudieron miles de personas que cruzaron París acompañando el féretro hasta el cementerio Père-Lachaise, donde lo esperaban Giacometti, Louis Aragon, Cartier-Bresson y otros muchos intelectuales que lloraban la pérdida de la fotógrafa. Desolado y a punto de derrumbarse, Robert Capa le daba su último adiós y quizás, en silencio, le agradecía que lo hubiera inventado.

Gerda Taro (Stuttgart, 1910-El Escorial, 1937), en realidad Gerta Pohorlylle, era valiente. Era libre. Era atrevida. Era una mujer resplandeciente que iluminaba cada lugar que pisaba. Helena Janeczek (Munich, 1964) nos acerca su vida en La chica de la Leica, una novela que bien podría ser un ensayo por el rigor y el cuidadoso proceso de documentación que la autora ha llevado a cabo. La vida de Taro se narra a través de la memoria de tres personajes reales muy próximos a ella: Georg Kuritzkes, médico y combatiente en las Brigadas Internacionales; William Chardack, también médico y amigo de juventud; y Ruth Cerf, amiga íntima con quien compartió habitación en París. Los tres recuerdan y cada uno de ellos nos habla de una parte de la vida de Taro: desde su juventud de estudiantes en Leipzig, su activismo antifascista y su llegada a París hasta el funeral de Taro, su presencia en el frente republicano y el fatal accidente que la llevó a la muerte en Brunete al ser atropellada por un tanque. Y en el centro de todo, Robert Capa.

Robert Capa fue un húngaro pícaro y vividor que enamoró a Taro y se enamoró de ella. Pero también fue una invención, una gamberrada de Taro para sobrevivir como fotógrafos en el París de entreguerras. Janeczek relata como André Friedmann —ese era su verdadero nombre— contagió a la alemana el veneno de la fotografía, le enseñó a mirar y a procesar la película para revelar las instantáneas. Y ella, a cambio, le regaló el éxito: inventó un seudónimo —Capa en húngaro significa tiburón— que permitiera vender las fotos de los dos bajo la figura escurridiza de un valoradísimo fotógrafo norteamericano. La cotización de sus fotos triplicó lo habitual y el trabajo, de repente, no les faltó. Los dos operaron bajo ese nombre, pero tras la prematura muerte de la fotógrafa las fotos se atribuyeron casi por completo a él, a pesar de que nunca estuvo clara la autoría de muchas de ellas. Friedmann siguió firmando sus trabajos como Robert Capa y obtuvo el reconocimiento mundial hasta que una mina acabó con su vida en Vietnam en 1954.

Además de esas tres voces, la novela cuenta con un prólogo y un epílogo que completan la historia de algunos de los personajes que aparecen, la huida de Capa a América, donde Pablo Neruda tuvo una gran importancia, y la historia de las fotos de «la maleta mexicana»: Janeczek reconstruye como Csiki Weisz, uno de los colaboradores de Capa en el laboratorio, salvó los negativos de las fotos tomadas en el frente y los metió, clasificados y ordenados, en tres cajas de colores que hizo llegar al consulado mexicano. Sin su decisión, ese testimonio se habría perdido.

Con una prosa exigente que requiere la implicación del lector para ordenar la información y rellenar algunos huecos, Helena Janeczek ha armado una novela distinguida con el prestigioso Premio Strega en 2018: es la primera mujer en ganarlo desde que hace 15 años lo hiciera Melania Mazzucco. Este premio sólo ha reconocido a diez mujeres en sus 71 años de historia. La chica de la Leica repara así una injusticia que realmente son dos: Gerda Taro ha pasado a la historia como la novia de Robert Capa, su musa, su inspiración. En realidad, Robert Capa era ella tanto como lo era Friedmann. Cuando murió, el húngaro declaró: «Yo la he perdido, pero hay algo peor: la ha perdido el mundo». Por suerte, Janeczek la recupera y la reivindica, la devuelve al lugar que le corresponde, hace que el mundo la pierda un poco menos.

Este artículo apareció publicado el jueves 28 de marzo de 2019 en «Artes & Letras», suplemento cultural de Heraldo de Aragón. Aquí podéis descargar el artículo en PDF.

LA CHICA DE LA LEICA
Helena Janeczec
Traducción de Carlos Gumpert
349 páginas. Ed. Tusquets

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