Desde muy joven, Dorothy Parker (Nueva Jersey, 1893 - 1967) destacó por su ingenio y por su agudo sentido del humor. Sus textos, cargados de ironía y desdén, dejaban traslucir una personalidad fuerte, alejada de la imagen de mujer virtuosa: independiente, reivindicativa, promiscua, con una vida sentimental desordenada. Sus respuestas ocurrentes y mordaces la convirtieron en el alma de la tertulia del Hotel Algonquin, donde se reunían escritores y periodistas. Parker era una mujer dura, cualidad imprescindible para hacerse respetar en la sociedad masculina del Nueva York de los años veinte.

Su primer empleo fue en la revista Vogue, escribiendo los pies de las fotos que ilustraban los artículos. Pronto pasó a Vanity Fair, donde sustituyó a Wodehouse en la sección de crítica teatral. Fue la primera mujer que ocupó ese puesto. Sus opiniones despiadadas en una revista donde no se opinaba demasiado provocaron que los productores de Broadway presionaran hasta que fue despedida. Parker era una columnista de referencia. Colaboró en The New Yorker, Esquire, Life, Cosmopolitan, Harper's Bazaar... Sus textos, temidos y celebrados a partes iguales, eran esperados como un acontecimiento. Publicó siete libros de relatos y poemas y firmó en Hollywood guiones de películas como «Ha nacido una estrella» o «Sabotaje». La Caza de Brujas de McCarthy la apartó de la industria. El FBI tenía un expediente sobre ella de más de mil páginas.

La dureza que mostraba no era sino una máscara que escondía una enorme fragilidad. Tuvo tres matrimonios fallidos, sufrió  depresiones, se refugió en el alcohol e intentó suicidarse varias veces. Dorothy Parker murió sola en una habitación de hotel. Durante veinte años nadie reclamó sus cenizas, que estuvieron guardadas en un archivador de la oficina de su abogado. Ahora descansan bajo el epitafio que ella misma escribió: «Perdonen el polvo».

Llega a las librerías una selección de sus relatos bellamente ilustrados por Simone Massoni: «Colgando de un hilo» (Ed. Lumen) recoge dieciséis historias cortas donde Parker disecciona la alta sociedad neoyorquina y las relaciones entre hombres y mujeres. De este libro, el lector saldrá oliendo al humo de los clubs y al terminar, advertirá que la sonrisa con la que ha empezado a leer se ha convertido en una mueca agridulce. La aparente frivolidad de sus historias es sólo el envoltorio de unos relatos tan amargos y afilados como su propia vida.